Presentación del libro “Colombia, el país de los extremos”, de Eduardo Durán Cousin
José Ayala Lasso
Quito, noviembre de 2020
Cuando, en estos trágicos tiempos de pandemia, mi apreciado amigo y colega, el doctor Eduardo Durán Cousin, me informara sobre la presentación oficial de su libro “Colombia el país de los extremos” y me sugiriera pronunciar unas pocas palabras en la ocasión, no pude menos que reiterarle mis felicitaciones por haber culminado esta nueva “ópera magna”, como calificara Simón Espinosa a su anterior libro “Comunismo, historia de un sistema político”, agradecerle la distinción que me hacía con su pedido, acceder a él y augurarle nuevos éxitos en su carrera de investigador histórico que, a niveles de excelencia, continúa enriqueciendo la otra, la de diplomático profesional, en cuyo ejercicio ha servido al Ecuador, por muchos años.
Lo primero que hay que destacar es, sin duda alguna, la amplitud y el detalle del trabajo de investigación que ha dado origen a las mencionadas obras. Más de 1000 páginas tuvo la primera y, por razones editoriales se la redujo a la no menos importante extensión de 500, mientras la segunda se aproxima a las 800. En ambos casos, los libros, las revistas y documentos especializados leídos y revisados por el autor bordean el millar, lo que habla elocuentemente sobre la paciencia y seriedad del proceso de investigación. Hay que tomar nota, además, de la severa metodología científica que le ha guiado al doctor Durán, expuesta sintéticamente en un cuadro que figura en las primeras páginas de los dos libros, que es una guía útil para ir descubriendo a lo largo de ambos un maduro criterio analítico aplicado con frialdad y objetividad.
Es evidente que Eduardo Durán recuerda a Ortega y Gasset quien aconseja adentrarse en los misterios del ser humano sin olvidar que están condicionados por propias y ajenas circunstancias, lo que le lleva a afirmar que la historia de la sociedad humana es el resultado de una serie innumerable de factores que operan como causas del fenómeno social. En el libro de Eduardo Durán sobre la historia del comunismo se observa con mayor claridad esta idea.
No hay un determinismo histórico en la evolución de la humanidad, como de alguna manera lo sugiere Marx cuando sostiene que son las leyes ciegas de la economía las que dirigen el mundo, uno de cuyos resultados inexorables sería la oposición beligerante entre quienes poseen la riqueza y quienes carecen de ella, es decir la lucha de clases, proceso que inevitablemente conduciría al socialismo y al comunismo y, en última etapa, a la negación de la historia. Bien hace Eduardo Durán al reflexionar sobre las circunstancias que dan individualidad a un hecho cualquiera, sin menoscabar la importancia de la libertad humana en la elección de las alternativas posibles. ¿Es verdad, entonces, que los hombres hacen la historia, pero no saben que historia están haciendo? He allí las diferencias conceptuales entre el voluntarismo, emparentado a la “voluntad de poder” y al liberalismo y la sujeción a reglas aún no claramente conocidas pero progresivamente desveladas, que se relacionan y cuestionan inclusive la teoría de la causalidad. Pero tampoco cabe olvidar que el criterio individual, es decir el cristal a través del cual cada individuo mira los hechos, es también el resultado de todas las experiencias de su vida y que, en tal sentido, cada ser humano piensa recordando su propia e ilimitada historia y que es a través de esos mecanismos incorporados como componentes de su personalidad individual que analiza los hechos y las circunstancias de los hechos.
Adrián Bonilla, una de las mentes académicas más lúcidas de nuestro Ecuador, encuentra que el trabajo de Eduardo Durán tiene precisamente el mérito de ser una visión latinoamericana de la naturaleza y evolución del pueblo colombiano y de sus instituciones, un compendio explicado, un relato sobre el progreso político, económico y social de Colombia y un acertado análisis de algunas de sus características, entre las que, por cierto, se encuentra el fenómeno de la violencia endémica.
En este punto habría que preguntar si la violencia, como una de las manifestaciones del poder, no se nutriría, al menos en parte, del dinamismo y espíritu de trabajo propios del colombiano, descrito por el doctor Duran Cousin como un “empresario en potencia”, y como tal, dinámico, urbano, audaz, convincente, hábil en el uso de la palabra.
La violencia, en mayor o menor grado, ha acompañado al proceso evolutivo de la humanidad. Ha sido el instrumento frecuentemente usado por el poder para mantenerse y ampliarse, para retroalimentarse. La historia de los imperios, los absolutismos y las ideologías, así como la de las revoluciones y los reformismos, no son ajenas a ella. Pero contra ella se ha levantado, invariablemente victoriosa, la lucha por la dignidad humana, la libertad y los derechos, iguales para todos.
En catorce capítulos, cuidadosamente diferenciados por su cronología y su sustancia, Eduardo Durán recorre un panorama que parte de los conflictos propios de la época precolombina, pasa por la colonia y llega a los tiempos de la patria boba y la república, las divergencias y enfrentamientos económicos y políticos, el “descenso a los infiernos”, la guerra y la suscripción del compromiso de paz del 2016. Entre las conclusiones de su trabajo manifiesta que, en el caso colombiano, la debilidad de las instituciones y la ausencia del estado, sobre todo en las inmensas áreas rurales de ese gran país, permitieron que nacieran y florecieran fuerzas que pretendieron llenar los vacíos dejados por un poder central indiferente, impotente y débil. Tales fuerzas, actuando por fuera y en contra del estado de derecho, concluyeron cínicamente que olvidarse de la ley no solo puede dar frutos económicos abundantes y no sometidos a control alguno, sino que, con tales frutos, se puede crear una estructura delictiva pensada como una organización político-social paralela, ajena y extraña a la ley y a la ética. Así nacieron en Colombia tanto el imperio de la droga como el reino de las FARC, el FLN y otras agrupaciones que hicieron del terror su método de proselitismo.
En una reciente entrevista, Alfredo Molano, sociólogo y periodista bien conocido, opina que la historia de Colombia está vinculada a la exclusión social y a la debilidad del estado central; afirma que las guerras en Colombia se explican por el deseo de controlar y ampliar los inmensos territorios en los que brillaba la ausencia del poder central, a los que, expulsadas las FARC, llegaron otros grupos de terroristas y emprendedores privados deseosos de controlarlos para sacar provecho económico, problema en el que también cayeron no pocas veces las Fuerzas Armadas. Añade que la paz solo será posible si el estado llega a tener realmente el monopolio del uso de las armas y las emplea con auténtica sujeción a los principios de la democracia. La inyección del dinero de la coca en la economía colombiana -dice- bordea los 5 mil millones anuales, con lo cual funciona la economía y todos gozan de ella, bancos y clase media incluidos. Para salir del embrollo no hay otro camino que fortalecer las instituciones.
Pero Colombia, desde otra perspectiva, se ha constituido también en un ejemplo de la juridicidad, inspirada en su origen republicano por el pensamiento de Santander, y ha cultivado el respeto a sus instituciones democráticas. Por muchas décadas, el ejercicio de la política se fundamentó en la existencia de pocos y sólidos partidos en los que se infiltro el sectarismo con su trabajo destructor y anarquizante que, como siempre, los llevó al desastre. El bipartidismo, protagonista bueno y malo de una larga historia, vivió su ocaso a fines del siglo XX. Con razón Misael Pastrana recordaba en 1988, como lo escribe Eduardo Durán: “El año pasado dije que estábamos al borde del abismo; hoy, yo pienso que estamos en el abismo”.
Pero Colombia, recordando la lección de la historia de la República Romana, ha logrado sortear peligros y tragedias con sus propias instituciones. Hay en ese hermoso país un convencimiento subyacente y generalizado de que el poder de los hombres debe ser controlado eficazmente por instituciones sólidas porque, en caso contrario, podría desaparecer la república. En Colombia, instintivamente, se piensa, como Bonnet, “que nada es posible sin un pueblo con ideas y nada es duradero sin instituciones”. Los que han olvidado esta sabia lección son los populismos, que en muchas partes del mundo, sobre todo en nuestro hemisferio, han lanzado un reto inclusive a las democracias más serias y maduras.
El libro de Eduardo Durán invita, en todos sus capítulos, a reflexionar sobre la forma en que el colombiano ha asimilado el pasado, ha construido el presente y ha escogido los caminos para preparar el futuro nacional. Como ejemplo, revive la frustración cuando el istmo de Panamá se separó de la república, la forma en que evolucionó la animadversión hacia los Estados Unidos y, finalmente, la decisión de hacer de la cooperación con esa potencia mundial uno de los componentes claves de la política de estado en el ámbito de las relaciones internacionales.
La concertación de la paz en 2016 para poner fin a la violencia interna endémica está aún muy próxima y, por lo tanto, puede ser arriesgado formular juicios definitivos sobre esa compleja y difícil decisión, pero no hay duda de que ella también se inspiró en los valores de la civilidad ya que, como reflexionara Erasmo, según lo escribe Stefan Zweig en su biografía, “toda poderosa subversión, todo tumulto, toda turbia disputa entre las masas oponíase, ante su sensibilidad, al claro ser de la razón del mundo…y en especial la guerra como la más grosera y desaforada forma de resolver internas oposiciones…incompatible con una humanidad que pensara moralmente”. Y Colombia dio el gran paso y resolvió pensar moralmente su contradictoria realidad social.
Confieso que no he terminado aún la lectura de “Colombia, el país de los extremos”, pero mientras más avanzo en ella mejor aprecio la destreza analítica del doctor Eduardo Durán, la claridad de su razonamiento, la amplitud de sus conocimientos y de su base documental. Cada una de sus afirmaciones emerge como resultado de un recuento factual de hechos y circunstancias. Me admira también lo que llamaría su audacia: presentar un cuadro argumentado de la historia de un país grande y complejo, diverso y hasta contradictorio y hacer una síntesis que permita comprender porqué tantas diversidades, actuando con una coordinación no calculada, han logrado hacer de ese país vecino una nación progresista, fuerte y sólida en donde se venera la norma del derecho, aunque con frecuencia no se la respete. Esta es, además, una manera de dar fuerza de esperanza a la posibilidad del progreso moral de la humanidad, fuerza que ahora, siendo más necesaria que nunca, más que nunca parece debilitarse.
Hace seis años, la asociación de funcionarios ecuatorianos del servicio exterior, AFESE, tuvo el acierto de publicar un libro sobre los diplomáticos y la literatura en el Ecuador. Cuando se prepare la segunda parte de tan valiosa iniciativa, que incluya nuevos trabajos académicos de los diplomáticos ecuatorianos, sin duda habrá que incorporar en sus páginas la importante contribución del doctor Eduardo Durán.
Quiero terminar con una cita que, proviniendo de un prestigioso académico colombiano, sintetiza muchos de los méritos del libro que comentamos. Dice Fernán González, Director del Centro de Investigación y Educación Popular de Colombia: “el libro de Eduardo Durán-Cousin, con su llamado al fortalecimiento de la presencia de las instituciones estatales a lo largo del territorio y el seguimiento detallado de la compleja historia colombiana, constituye una invitación a superar la mirada catastrofista y apocalíptica de nuestra historia aprovechando los rasgos positivos de nuestra nacionalidad”
Entre violencia y respeto al derecho, Colombia sigue escribiendo su historia. El libro de Eduardo Durán es de gran ayuda para comprenderlo así y levantar, en todos, el optimismo. Y para los ecuatorianos, vecinos y amigos tradicionales de Colombia, conocer la historia de ese gran país y atisbar respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos sobre las razones de su indudable marcha hacia un estado superior basado en el respeto a tradiciones, usos y costumbres, más ceñido a la práctica de los derechos humanos, es también aproximarnos a una interpretación adecuada de nuestras propias realidades. La lectura del libro de Eduardo Durán nos ayudará, socráticamente, a conocernos mejor a nosotros mismos.
José Ayala Lasso