REVISTA MUNDO DINERS
Edicion 486. Noviembre 1, 2022.
Semblanza personal Luis Valencia Rodríguez.
Gonzalo Ortiz Crespo
Ante la muerte de Luis Valencia Rodríguez, ex canciller de Ecuador, Mundo Diners recuerda su importante labor por la defensa del prestigio y los intereses del país.
Ilustración: Camilo Pazmiño
Su carcajada franca es lo primero que se me viene a la mente cuando evoco a Luis Valencia Rodríguez. Lo visualizo en la cabina de un avión de Saeta, me parece, y rememoro mi sorpresa de que un señor que parecía tan serio y atildado pudiera no digo sonreír, sino reírse a mandíbula batiente y a un volumen que no dudo en llamar estruendoso.
Fue cuando conocí de cerca a Luis Valencia, al acompañar, como periodista del diario Hoy, junto con diez o doce colegas, al presidente Osvaldo Hurtado a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ya lo conocía como figura pública pero fue entonces que descubrí la faceta humana de Valencia, y desde entonces lo consideré un hombre que no solo acostumbraba emplear las sutilezas de la diplomacia, sino también el trato personal abierto y sincero.
Después, tendría más ocasiones de compartir con Luis Valencia, por ejemplo, en la visita oficial de Hurtado a República Dominicana o, antes, en los afanes de la Conferencia Económica Latinoamericana que se celebró en Quito en enero de 1984 y que en la sección económica del diario Hoy cubrimos con especial esmero. Dicha conferencia, a la que asistieron representantes de veintiséis países de la región, entre ellos varios jefes de Estado, fue organizada por la Cancillería bajo la batuta de Valencia.
La conferencia aprobó la Declaración de Quito, con capítulos acerca del comercio, la seguridad alimentaria y, sobre todo, la deuda externa, dado el empeño, no muy exitoso por cierto, de Osvaldo Hurtado de despertar la solidaridad latinoamericana frente a lo que estaba aconteciendo con la deuda externa.
Luis Valencia fue el arquitecto de aquella conferencia, y presidió la fase ministerial previa que pergeñó y consensuó el borrador de la Declaración de Quito y su Plan de Acción, que luego fue entregado por misiones especiales del Ecuador a los Gobiernos de los países desarrollados. El afán de Hurtado no era, por supuesto, crear un club de deudores, pero para los acreedores no pasaron desapercibidos los intentos de coordinación regional frente a la devastadora crisis de la deuda externa, que asolaría América Latina y sería la causa de la “década perdida”, y aquellos acreedores la boicotearon sistemáticamente.
Lucho fue precisamente quien presidió la misión especial que entregó la Declaración y el Plan a la Comunidad Económica Europea (como aún se llamaba) y a los principales Gobiernos europeos. Había sido ministro de Relaciones Exteriores desde noviembre de 1981 y lo sería hasta concluir el mandato de Hurtado.
Ya había sido ministro de Relaciones Exteriores en una ocasión anterior, bajo la Junta Militar de Gobierno, desde diciembre de 1965 hasta el 31 de marzo de 1966. Dos días antes de que renunciara ya había cambiado el Gobierno, porque, en efecto, el 29 había sido nombrado presidente interino Clemente Yerovi Indaburu, tras la caída de la Junta Militar, en medio del caos que se había generalizado en el país. ¿Cómo fue posible que Luis Valencia permaneciera aún como ministro y solo renunciara dos días después? El hecho no solo es una anécdota personal sino una actuación nacida no de indelicadeza alguna sino, justamente, de su deber patriótico.
Siempre cuidó los intereses del país
La primera vez que se lo oí contar fue en un escenario solemne: la Asamblea Constituyente de 1966-67. Allá fue invitado para que explicara lo acontecido. Y, subido al podio, en el salón del pleno (que no tenía aún ni lo tendría por las siguientes dos décadas el mural de Guayasamín), relató que, aunque el 29 de marzo se había depuesto a la Junta Militar de Gobierno, la mañana de ese mismo día había citado al embajador de Estados Unidos y le había entregado la notificación oficial por la que el Ecuador ponía término al Modus Vivendi celebrado con ese país.
Lo había hecho porque ese había sido el propósito central de aceptar en diciembre del 65 el Ministerio de Relaciones Exteriores a poco de haber ascendido a embajador: dar de baja aquel Modus Vivendi que él consideraba lesivo para el Ecuador. ¿Por qué? Porque aquel Modus Vivendi autorizaba a los buques pesqueros estadounidenses faenar en las aguas territoriales. Como se sabe, desde la Declaración de Santiago de 1952, el Ecuador se había adherido a la tesis de las doscientas millas, es decir que sus aguas territoriales se extendían hasta ese límite. El Modus Vivendi, que la Junta había aceptado por presión de Estados Unidos, permitía a la flota californiana del atún pescar fuera de las doce millas pero dentro de las doscientas, es decir, justamente en la zona en que transitaban los cardúmenes de atún.
Esto, para Luis Valencia y para los diplomáticos ecuatorianos, traicionaba el acuerdo del Pacífico Sur de mantener el límite de exclusión de doscientas millas. Y es lo que había llevado al entonces canciller a mantener la audiencia al embajador de Estados Unidos para entregarle la renuncia del Modus Vivendi.
Dos días después, el 31 de marzo, Luis Valencia acudió, a su vez, al Palacio de Gobierno y entregó al presidente Clemente Yerovi la renuncia del cargo de canciller, explicándole la razón de su demora: la terminación del instrumento lesivo. Como contaba Valencia, Yerovi entendió perfectamente, más aún dejó constancia de que, al permanecer al frente del ministerio, él había resguardado el prestigio internacional del país.
Y lo había hecho a pesar de que el país vivía en manifestaciones constantes de protesta contra la Junta, la que seguía respondiéndolas con represión, tanto que el 25 de marzo se había producido la incursión de las Fuerzas Armadas en la Universidad Central, lo que en vez de acallar intensificó la protesta y desembocó en que el Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas resolviera deponer a la Junta y entregar el Gobierno a un civil.
Todo esto tuvo que explicar Luis Valencia en la Asamblea Nacional Constituyente de 1967, la cual había tenido apasionadas discusiones al respecto, de las que, como joven cronista parlamentario, informé a los lectores del diario El Tiempo. La explicación de Luis Valencia fue tan clara y contundente que la Asamblea Constituyente resolvió declararle “merecedor del Bien de la Patria”.
Un recuento de su trayectoria
Luis Valencia Rodríguez nació en Quito, el 5 de marzo de 1926 y murió, de 96 años, el 18 de agosto pasado. Estudió en el Colegio Nacional Mejía y luego en la Universidad Central del Ecuador donde recibió el título de doctor en Jurisprudencia y abogado de los tribunales de la República (1951). Más tarde habría de seguir una especialización de Asesor Legal de Gobierno (Londres, 1968-69).
Ingresó al Servicio Exterior Ecuatoriano, previo concurso, el 5 de septiembre de 1944, para ocupar el cargo de amanuense. Hizo una brillante carrera. Prestó servicios diplomáticos en Argentina, Bolivia, Brasil, Perú y Venezuela, y en la Misión Permanente del Ecuador ante las Naciones Unidas, en Nueva York. En la Cancillería fue subsecretario político, subsecretario general y asesor técnico jurídico (varias veces).
Fue embajador del Ecuador en Argentina y representante del Ecuador ante la ONU en Nueva York. También fue asesor legal de la Corporación Andina de Fomento (Caracas, 1984-89) y profesor de varias universidades. Autor de veinte libros, sobre todo acerca del derecho del mar, las Naciones Unidas, los derechos humanos, y decenas de artículos académicos, pero también volúmenes de cuentos y ensayos políticos.
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